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miércoles, 28 de setiembre de 2011

Mentalidad bíblica de los católicos y de los protestantes


Queridos hermanos:


El otro día leí un cuento de una muchacha de muy hermosos ojos y que por tal razón era admirada y perseguida por los hombres.
En esta historia de ciencia ficción se decía que sus ojos, para ella, eran ocasión de pecar; y como esta niña leía todos los días la Biblia, un día leyó esta frase: «Si tu ojo te hace pecar, sácatelo» (Mt. 5, 29), y entonces ella tomó una fatal determinación: se echó un ácido en sus ojos para que se le quemaran y así pedió la vista para siempre...


Esto no es más que un cuento que fue imaginado por un novelista con el fin de demostrar lo que puede pasar al interpretar la Biblia al pie de la letra y sin consultar a nadie.
Supongamos que el ejemplo es cierto.
Si la niña hubiera preguntado a un sacerdote católico, éste le habría dicho que esa frase de la Biblia no se tiene que interpretar así, sino que se trata de una figura literaria.


Lo que nos quiere decir Jesús aquí es que cuando hay algo que uno ama mucho y ese algo tan precioso es ocasión de pecar hay que renunciar a eso. Por ejemplo: renunciar a una amistad peligrosa, dejar un negocio sucio, etc., y eso aunque nos cueste mucho... Pero Jesús en ningún momento nos quiere decir que tengamos que mutilar nuestro cuerpo, que está creado a imagen y semejanza de Dios.


Qué distinto es interpretar la Biblia solo o consultando a un entendido. Si uno no sabe y no consulta a nadie, puede equivocarse al interpretar la Biblia.
Y si el que no sabe le enseña otro es como un ciego que guía a otro ciego. Los dos van al abismo (Mt. 15,14).


Queridos hermanos, este hecho es una simple fantasía de un escritor.
Pero todos hemos conocido en nuestro tiempo fanáticos seguidores de sectas protestantes que han llegado a un suicidio colectivo con la Biblia en la mano...


Es muy importante tener criterios claros para interpretar bien la Biblia. En esta carta les voy a explicar con qué distinta mentalidad los católicos y los protestantes leen la Biblia.
Es un tema algo difícil, pero es un punto en el que se diferencian fundamentalmente los católicos de los protestantes.
En nuestra explicación no queremos ofender a nadie.
Toda persona merece nuestro respeto y es digna de que la amemos, como Cristo nos ama a nosotros.
Pero sí que queremos buscar la verdad, ya que los errores merecen siempre nuestro repudio.
«La verdad nos hará libres».


Entendemos como «mentalidad bíblica» el criterio, o el modo de pensar, con que normalmente se interpreta la Biblia.
Primeramente expliquemos la mentalidad bíblica de los católicos y luego la mentalidad de los protestantes, para finalmente dar algunas pautas para hacer juntos una lectura bíblica.




Mentalidad bíblica católica


1. Es una mentalidad histórico-crítica.
El católico, con un profundo sentido de fe y de oración, ha valorizado en todo tiempo el estudio serio de la Biblia.
Este estudio aprovecha los aportes de varias generaciones, y da un serio fundamento a nuestra espiritualidad bíblica.
Quiere decir que no es nada fácil comenzar a estudiar la Biblia. Ello implica un mundo de conocimientos.
La Iglesia Católica está consciente de que leer la Biblia, sin una adecuada preparación, es tentar a Dios. Hay que prepararse para leerla. Si no, puede suceder cualquier cosa. Así lo enseña la historia.
Una persona que sabe poca historia y poca geografía y no tiene costumbre de ubicar lo que lee en su contexto propio, puede, con la Biblia en la mano, decir grandes barbaridades.


2. Un estudio serio de la Biblia exige:


1. Conocer del mejor modo posible el texto sagrado, en su lengua original o en sus traducciones, y mantenerse razonablemente fiel al texto.


2. Conocer el origen, la formación y la transmisión de los libros sagrados; sus muy variados estilos literarios y el contexto histórico en que se escribieron.


3. Exige también conocer los condicionamientos culturales propios de la época en los que se encarnan y se transmiten la Palabra de Dios.
Sin duda muchos elementos culturales de aquella época son relativos, cambiables y mejorables.


4. Exige ver la diferencia radical, aunque complementaria entre el Antiguo y el Nuevo Testamento ya que hay una gran evolución y cambios doctrinales entre el A.T. y el N.T.


5. Exige ver toda la Biblia como camino hacia la plenitud en Cristo. Es lo que se llama el Cristocentrismo bíblico.
Hay una infinidad de problemas que exigen al estudioso de la Biblia ser humilde y alegre, convencido de que el estudio de la Biblia es difícil, y a la vez, fascinante e inagotable


¿Qué significa tener mentalidad eclesial?


Quiere decir que el católico recibe e interpreta la Biblia dentro de la comunidad del Pueblo de Dios, dentro de la Tradición divino-apostólica, viva e histórica que es la Iglesia.
Y eso no es por capricho o devocionismo tonto, sino porque así lo exige la naturaleza de la Biblia.
Porque la Biblia no es un libro extraño caído repentinamente de cielo.
El libro sagrado nació y se formó lentamente dentro de una larga tradición, dentro de la comunidad del Pueblo de Dios en el Antiguo Testamento y dentro de la comunidad de la Iglesia primitiva.
De hecho la Iglesia podría vivir sin Biblia escrita, aunque no sin su mensaje divino, sin su Palabra, sin su Evangelio y sin Cristo presente en la comunidad.
Es decir, antes que existiera la Biblia escrita, ya había una Tradición viva del mensaje divino en la predicación, en la catequesis, en la liturgia y en la vida de los primeros cristianos.


Es por eso que no podemos prescindir de la Tradición, del modo como vivieron, interpretaron y defendieron la Biblia nuestros mayores en la fe. Somos sus herederos.


Hay más todavía, la expresión y la garantía de la interpretación auténtica de la Biblia, dentro de la Iglesia, concierne de modo particular al Magisterio oficial de la Iglesia (al Papa y a los obispos, que son los legítimos sucesores de los Apóstoles) (Mt. 16,19; Mt. 18,18).


Sentir con toda esta Tradición viva es, pues, sentir con la Iglesia, es tener mentalidad eclesial.
No se trata de un tema fácil, pero tampoco, por ser difícil, se va a dejar a un lado esta tradición eclesial.


Esto tampoco nos impide la iniciativa personal en el estudio y reflexión de la Biblia.
Al contrario, más bien nos incentiva, nos da amplitud y seguridad en nuestra lectura bíblica.
La mentalidad eclesial católica rechaza, por tanto, la interpretación de la Biblia, a solas o en grupo, en forma independiente y absoluta al margen de la Iglesia.


Advertimos que esta mentalidad eclesial, a veces, se torna dificultosa especialmente cuando se trata de inculturar el Evangelio en pueblos que han vivido ajenos a la tradición y cultura cristiana.
Esta inculturación del Evangelio exige la originalidad del mensaje bíblico aterrizado a su propia cultura, libre de condicionamientos y de ataduras culturales extrañas.
Nunca la Biblia puede ser un pretexto para destruir una cultura.


La mentalidad bíblica protestante


El protestantismo nació en Alemania cuando Martín Lutero, sacerdote cató-lico alemán, se separó de la Iglesia Católica en 1517.
Hoy tan sólo en Europa y América hay más de 600 diversas Iglesias protestantes con enormes diferencias de doctrinas y de régimen.


1. ¿De dónde nace el divisionismo protestante?


Del famoso: ¡Sólo la Biblia!, y de la interpretación personal de la Biblia.


La raíz de tantas divisiones en las Iglesias protestantes está en la mentalidad con que el protestante lee e interpreta la Biblia.
El protestante, en general, tiene este criterio para leer la Biblia: ¡Sólo la Biblia!, y su interpretación es personal.


El protestante, hablando en general, cree que la sola Biblia contiene y manifiesta por sí misma toda la revelación de Dios.
No necesita de la Tradición viva de la Iglesia.
La Biblia, por ser Palabra de Dios, es inteligible por sí misma.
La iluminación que el Espíritu Santo pone en el corazón de cada uno -dice- basta para interpretar correctamente la Palabra de Dios.
Y así, por principio y en general, el protestante prescinde de la Tradición de la Iglesia, de la historia de la Biblia y de su complejidad humana.


Esto es un grave error desde la perspectiva bíblica católica.
Pero eso no quita que este amor por la Biblia haya producido entre los protestantes grandes biblistas de fama internacional, y ha impulsado a muchos dentro del protestantismo a «vivir el Evangelio» y «a seguir a Cristo», de mil formas auténticamente cristianas, y con inmensa libertad de espíritu, muy en la línea de San Pablo y de San Francisco de Asís.


2. ¿Es suficiente la sola Biblia?


La exagerada concepción de la sola Biblia ha llevado al protestantismo a di-fundir la Biblia como sea, por millones, en ediciones sin ninguna explicación orientadora, dejando la interpretación a gusto del lector.
Con igual criterio, se ha traducido la Biblia precipitadamente a otras culturas o lenguas aborígenes e insuficientemente conocidas, originando innumerables nuevas y diversas Iglesias autóctonas, sincretistas e indefinibles.
(Se dice que en Africa han surgido ya más de 2.000 nuevas y diversas Iglesias protestantes, autóctonas, y que algo muy parecido está sucediendo en Asia).


El libre examen de la Biblia dentro del protestantismo ha creado el mayor libertinaje interpretativo.
Muchos han entendido la inspiración bíblica en forma verbal y literal, cayendo en un fundamentalismo bíblico totalmente desfasado. Otros han juzgado la Biblia como un libro meramente humano.
Han pululado predicadores del Evangelio independientes, sin ninguna filiación eclesial.
Se ha caído en el «biblismo» y en el «bibliocentrismo» (absolutización de la Biblia), y hasta en «bibliolatrías» (culto idolátrico a la Biblia).


En el siglo pasado proliferaron, especialmente en Estados Unidos, Iglesias escatológicas, sobrevalorando casi exclusivamente el libro del Apocalipsis, fijando fechas para el fin del mundo, señalando con el dedo al Anticristo, proclamando exactamente cuántos y quiénes se van a salvar y excluyendo al resto del mundo, cristianos o no, como paganos y abominables...


En fin, con la Biblia en la mano se ha llegado a actitudes realmente fanáticas, totalmente antiecuménicas, esclavizantes e irracionales.
Por eso un poeta dijo con desprecio y con burla acerca de los que interpretan la Biblia a su gusto: «Inventan sus propias doctrinas, las apoyan en la Biblia y las tienen por divinas».


Queridos hermanos, como verdaderos católicos debemos esperar que pronto llegue el tiempo que leamos juntos con los hermanos protestantes la Biblia con espíritu de unión, de amor, de paz y de fraternidad universal.


Meditemos la oración de Jesús por el Nuevo Pueblo Santo:


«Padre, ha llegado la hora.


No ruego solamente por ellos, sino también


por todos aquellos que por su palabra


creerán en mí.


Que todos sean uno


como tú, Padre, estás en mí, y yo en ti.


Sean también uno en nosotros;


así el mundo creerá


que tú me has enviado»


(Jn. 17,7 y 20,22).


Que seamos capaces de leer la Biblia con una mentalidad liberadora: Cristo, Dios-Hombre, es de todos, El es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida (Jn. 14, 6).
La historia humana es esencialmente una historia de amor y de salvación en Cristo (Col. 1, 13-20; Ef. 1, 3-14).


Resumiendo: Valoramos en su justa medida el amor que los evangélicos sien-ten por la Biblia.
Ojalá que los católicos tengamos también un gran aprecio por el libro santo y sea nuestro libro de cabecera.
Pero para nosotros la Biblia y la Tradición tienen que ir de la mano y no se pueden separar.
Y la garantía de la Tradición nos la da el Magisterio de la Iglesia, representado por el Papa.


Gracias a este Magisterio, la Iglesia Católica puede decir: Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo.
Y también «Creo en la Iglesia Una, Santa, católica y apostólica».

martes, 27 de setiembre de 2011

¿Cómo estudiar la Biblia?



Queridos hermanos:


Hoy día en muchas familias católicas encontramos la Biblia como el libro sagrado de la casa.
Ojalá que pronto llegue el día que cada católico sea un asiduo lector de la Escritura Sagrada.



Pero muchos que comienzan a leerla, después de algunos capítulos la dejan de lado por no comprender casi nada.
Dicen que leer la Biblia les resulta difícil.
Es un libro tan largo y a veces difícil, especialmente para uno que sabe poca historia y poca geografía, y no tiene costumbre de ubicar lo que lee en su propio contexto.



También se da el caso de católicos que, comienzan a leer la Biblia, y se dejan llevar por interpretaciones parciales, caprichosas y fanáticas que poco a poco lo llevan a uno a adherir, por mero sentimentalismo, a algunas de las muchas sectas bíblicas ya existentes, apartándose, por ignorancia, de la Iglesia Católica.


Y no faltan los que quieren leer toda la Biblia sin alguna explicación; o toman la Biblia como un juego de naipes abriendo el libro al azar, o saltando por aquí o por allá y piensan que Dios automáticamente les comienza a hablar.
Es un riesgo muy grande; es como jugar a la suerte.



Para evitar estos peligros, no basta leer la Biblia con fe y devoción.
Hay que juntar la fe, la oración y la devoción con el estudio. Leer la Biblia sin una adecuada preparación es tentar a Dios.
Hay que prepararse para leerla.
Si no, puede suceder cualquier cosa.
La historia de nuestra fe es así.



Queridos hermanos, esta carta tiene como finalidad introducirnos en el estudio de la Biblia.
Hoy, más que nunca, debemos tener una cierta preparación para iniciar una lectura seria de la Biblia.
Para muchos, la Biblia sigue siendo un hermoso libro cerrado que adorna nuestra biblioteca.
El problema es:
¿cómo leer, cómo comenzar con este libro?
Siempre ha sido difícil la iniciación a la lectura de la Biblia.
Exige de nosotros paciencia, humildad, serenidad y una cierta disciplina intelectual.



En esta carta vamos a indicarles algunos consejos prácticos para comenzar el estudio de la Biblia.


1. Las mejores Biblias


Muchas personas se preguntan cómo conseguir una buena edición moderna de la Biblia Católica.


Hoy existen muy buenas Biblias católicas; les recomendamos la Biblia de Jerusalén, la Biblia Latinoamericana y otras.


Da pena ver gente ansiosa de conocer la Biblia y lo hace con ediciones demasiado antiguas, incluso incompletas, sin introducciones, ni comentarios; o con ediciones de bolsillo que está bien para llevarlas a un paseo pero no para hacer estudios serios con ellas.


2. Una Biblia de uso personal


Conviene que cada persona tenga su propia Biblia en la que libremente vaya subrayando los textos más importantes o más significativos en relación con nuestra vida de fe, con nuestro seguimiento de Cristo, con nuestra vida de oración, de evangelización, etc.
E incluso uno va poniendo anotaciones personales, inquietudes originadas de la propia reflexión y experiencia pastoral, apuntes tomados de cursillos, retiros, libros... Sólo así se aprenden las cosas, y con gusto.



3. Conocer bien la propia Biblia


Es decir, antes de estudiar el texto sagrado, hay que echar un vistazo general a la edición de su Biblia; ver qué dicen los editores sobre el manejo del libro, ver cómo se citan los libros, qué introducciones hay, qué notas, mapas, o temas especiales, etc... Esto puede ahorrar mucho tiempo y trabajo.
No hay por qué anotar en cuadernos o papelitos cosas que ya están muy bien puestas en las notas más importantes.



Así por ejemplo, la Biblia Latinoamericana pone una especie de introducción muy buena, titulada:
«¿Qué hubo en el mundo antes de la Biblia?».
También tiene un «Indice del Evangelio» bien práctico y una serie de temas breves con el título de «La enseñanza bíblica» que pueden ayudar mucho. Además hay otros temas.



La Biblia de Jerusalén, entre tantas cosas excelentes, trae casi al final una sinopsis cronológica muy útil para ubicar los acontecimientos bíblicos dentro de la historia, de la geografía y de las otras culturas relacionadas con la Biblia.
La Nueva Biblia Española tiene, al final, un vocabulario bíblico teológico muy bueno. Cada uno debe familiarizarse bien con su propia Biblia.



4. Leer y estudiar las Introducciones


Es muy conveniente leer las Introducciones que se ponen a cada libro o a los diversos grupos de libros.
Casi todas las Biblias modernas católicas tienen muy buenas introducciones.
La Biblia de Jerusalén es excelente en este punto y es la que ha inspirado casi todas las ediciones posteriores de la Biblia.



Algunas personas se dedican primero a leer y estudiar todas las introducciones de cada libro y luego comienzan la lectura del texto bíblico mismo.
Es lo mejor.



5. Leer y meditar la Biblia


A continuación, ya se puede comenzar a leer y a estudiar el texto bíblico.
Pero la Biblia es muy larga, y para todos nosotros nos resultará muy difícil, si no imposible, leerla toda desde la primera página hasta la última.
Por tanto, hay que ser prácticos.



Si es la primera vez que te acercas a la Biblia, te proponemos un itinerario de lectura:


a) Empieza con el Evangelio de San Lucas.
En él podrás conocer los rasgos más atrayentes de Jesús de Nazaret, nacido de María.



b) Continúa con el libro de los Hechos de los Apóstoles. Allí podrás ver la hermosa actividad de la Iglesia naciente.


c) Después te recomendamos volver a los Evangelios, primero Marcos, luego el de Mateo y finalmente el de Juan.


Puedes intercalar, al fin, la lectura de alguna Carta de los Apóstoles: por ejemplo, a los Corintios, los Tesalonicenses, etc.


Otra forma es tener un calendario litúrgico y leer las lecturas que corresponden al día.


6. El Nuevo Testamento


Para el cristiano lo más importante son los cuatro Evangelios, que son el alma de toda la Biblia, y luego los otros libros del Nuevo Testamento.
Eso ha de ser el objetivo constante de nuestra lectura o estudio.
Pero es bueno conocer, siquiera básicamente, el Antiguo Testamento: Génesis, Exodo, Deuteronomio, Josué, 1 y 2 de Samuel, 1 y 2 de Reyes, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantar, Sabiduría, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Amós, Miqueas, Jonás.



7. Lectura y meditación de la Biblia


Después de haber leído la introducción de un libro, comienza a leer el texto mismo.
No te apresures en leer todo de una vez. Lee solamente un pasaje, o un párrafo.
Lee con atención y respeto, abriendo tu corazón a lo que Dios te quiere expresar. Subraya los textos que te impactan.



En la primera lectura de un texto, te conviene leer siempre las notas explicativas que se encuentran debajo del texto bíblico.
Estas notas explicativas y los comentarios van a clarificarte la comprensión de los textos bíblicos más difíciles.
Son explicaciones escritas por especialistas y hay que tratar de entenderlas y, normalmente, han de ser aceptadas con confianza.
Muchas personas, por no leer atentamente las notas explicativas quedan sin comprender un texto en su contexto propio, sin comprender los diversos estilos y doctrinas, y luego abandonan la lectura por aburrimiento.



Los cursillos bíblicos intensivos, con un buen profesor, pueden ayudar mucho, y quizás sean imprescindibles para comprender ciertos problemas y notas técnicas.


Y ahora, ¡a comenzar!... Trata de organizar tu vida de tal manera que todos los días encuentres un momento de 5 a 10 minutos para la Biblia. Busca un lugar tranquilo.
Lee sistemáticamente, no saltando de una parte a otra, ni abriendo el libro al azar. Nunca leas la Biblia para satisfacer tu curiosidad o sólo para saber más, sino para indagar lo que Dios quiere decirte.
Pues la Biblia es la Palabra de Dios, es la carta que El envía a sus hijos.
En la Biblia no busques ciencia, sino sabiduría. No tengas miedo de subrayar y poner anotaciones en tu Biblia.
La Biblia no es un libro para guardar, sino para ser leída. Dice san Jerónimo: «No debes retirarte al descanso nocturno sin haber llenado tu corazón con una pequeña parte de la Palabra de Dios».



Principales Biblias Católicas


Entre las Biblias Católicas más conocidas, y más usadas hoy entre nosotros, están las siguientes:


1. La Biblia de Jerusalén: Se llama así sencillamente por haber sido preparada por un numeroso equipo internacional de biblistas, bajo la dirección de la famosa «Escuela Bíblica de Jerusalén». Apareció primeramente en francés (1956), de la que se sacó la primera edición española en 1967. Luego ha seguido una segunda edición española en 1975, revisada y mejorada.


Es la mejor Biblia desde el punto de vista crítico, teológico y académico, con notas explicativas.
Su criterio ha influido decididamente en todas las otras ediciones de la Biblia. Es imprescindible para un estudio serio de la Biblia.
Sin embargo el precio de esta Biblia es generalmente muy elevado.







2. La Biblia Latinoamericana: Se la conoce con este nombre, ya muy popularizado. Fue preparada por un equipo latinoamericano de pastoral.
Ya han salido, al menos, 81 ediciones (1990).
Tiene el mérito de estar muy adaptada al lenguaje latinoamericano y, sobre todo, en las introducciones y comentarios refleja muy bien la realidad y problemática socio-político-religiosa de América Latina.
Ha recibido muchas alabanzas y fuertes críticas de distintos sectores de la Iglesia y de la sociedad.
En nuestro medio ambiente y para fines pastorales es, con mucho, la mejor Biblia.
Generalmente no es un libro muy caro; muchas veces ha sido subvencionada para el bien del pueblo.



También existe un Nuevo Testamento Latinoamericano, que es la parte más importante de toda la Biblia Latinoamericana.


3. Otras Biblias: Hay también muchas otras ediciones católicas de la Biblia, todas muy buenas, aunque no hayan tenido, en nuestro medio, el éxito de las dos mencionadas.
Entre éstas no podemos dejar de nombrar las Biblias: Nacar-Colunga y la Nueva Biblia Española de Juan Mateo.



El gran valor de estas ediciones modernas de la Biblia es, sobre todo, que se basan en los textos originales (hebreo-griego), y no en la Vulgata Latina como anteriormente se hacía.
Además en sus introducciones y comentarios recogen lo mejor de las investigaciones bíblicas modernas.



Ultimamente apareció la Biblia de Estudio de las Sociedades Bíblicas, elaborada por biblistas católicos y evangélicos, y que cuenta con el respaldo del CELAM para ser utilizada en América Latina.


Quien medita cada día


la sagrada ley divina


con esta meditación


a la gloria se encamina.


Quien medita cada día


las Sagradas Escrituras


verá la mano de Dios


en todas las criaturas.

Los libros de la Biblia


Queridos amigos y hermanos:


Hoy día vamos a conversar sobre la Biblia:
¿Cuántos libros tiene la Biblia?
¿Qué diferencias hay entre las Biblias católicas y las Biblias protestantes?
La Biblia no es un solo libro, como algunos creen, sino una biblioteca completa.
Toda la Biblia está compuesta por 73 libros, algunos de los cuales son bastante extensos, como el del profeta Isaías, y otros son más breves, como el del profeta Abdías.


Estos 73 libros están repartidos de tal forma, que al Antiguo Testamento (AT) le corresponden 46, y al Nuevo Testamento (NT) 27 libros.


De vez en cuando suele caer en nuestras manos alguna Biblia protestante, y nos llevamos la sorpresa de que le faltan siete libros, por lo cual tan sólo tiene 66 libros.


Este vacío se encuentra en el A.T. y se debe a la ausencia de los siguientes libros: Tobías, Judit, 1 Macabeos, 2 Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico y el de Baruc.


¿Por qué esta diferencia entre la Biblia católica y la protestante?


Es un problema histórico-teológico muy complejo.
Resumiendo mucho, trataremos de contestar esta pregunta.


Primero vamos a explicar cómo se formó la colección de libros sagrados del A.T. dentro del pueblo judío.
Y luego veremos cómo los cristianos aceptaron estos libros del A.T. junto con los libros del N.T. para formar la Biblia completa.


1. La antigua comunidad judía de Palestina


En tiempos de Jesucristo, encontramos que en Palestina el pueblo judío sólo aceptaba el A.T.
Y todavía no habían definido la lista completa de sus libros sagrados, es decir, seguía abierta la posibilidad de agregar nuevos escritos a la colección de libros inspirados.


Pero desde hacía mucho tiempo, desde alrededor de los años 600 antes de Cristo, con la destrucción de Jerusalén y la desaparición del Estado judío, estaba latente la preocupación de concretar oficialmente la lista de libros sagrados.
¿Qué criterios usaron los judíos para fijar esta lista de libros sagrados?


Debían ser libros sagrados en los cuales se reconocía la verdadera fe de Israel, para asegurar la continuidad de esta fe en el pueblo.
Había varios escritos que parecían dudosos en asuntos de fe, e incluso francamente peligrosos, de manera que fueron excluidos de la lista oficial.
Además aceptaron solamente libros sagrados escritos originalmente en hebreo (o arameo).
Los libros religiosos escritos en griego fueron rechazados por ser libros muy recientes, o de origen no-judío.
(Este último dato es muy importante, porque de ahí viene después el problema de la diferencia de libros.)


Así se fijó entonces una lista de libros religiosos que eran de verdadera inspiración divina y entraron en la colección de la Escritura Sagrada.
A esta lista oficial de libros inspirados se dará, con el tiempo, el nombre de «Canon», o «Libros canónicos».
La palabra griega Canon significa regla , norma, y quiere decir que los libros canónicos reflejan «la regla de vida», o «la norma de vida» para quienes creen en estos escritos.
Todos los libros canónicos de la comunidad de Palestina eran libros originalmente escritos en hebreo-arameo.


Los libros religiosos escritos en griego no entraron en el canon, pero recibieron el nombre de «apócrifos», «libros apócrifos» (= ocultos), porque tenían doctrinas dudosas y se los consideraba «de origen oculto».


En el primer siglo de nuestra era (año 90 después de Cristo) la comunidad judía de Palestina había llegado a reconocer en la práctica 39 libros como inspirados oficialmente.


Esta lista de los 39 libros de A.T. es el llamado «Canon de Palestina», o «el Canon de Jerusalén».


2. La comunidad judía de Alejandría


Simultáneamente existía una comunidad judía en Alejandría, en Egipto.
Era una colonia judía muy numerosa fuera de Palestina, pues contaba con más de 100.000 israelitas.
Los judíos en Egipto ya no entendían el hebreo, porque hacía tiempo habían aceptado el griego, que era la lengua oficial en todo el Cercano Oriente.
En sus reuniones religiosas, en sus sinagogas, ellos usaban una traducción de la Sagrada Escritura del hebreo al griego que se llamaba «de los Setenta».
Según una leyenda muy antigua esta traducción «de los Setenta» había sido hecha casi milagrosamente por 70 sabios (entre los años 250 y 150 antes de Cristo).


La traducción griega de los Setenta conservaba los 39 libros que tenía el Canon de Palestina (canon hebreo), más otros 7 libros en griego.
Así se formó el famo-so «Canon de Alejandría» con un total de 46 libros sagrados.


La comunidad judía de Palestina nunca vio con buenos ojos esta diferencia de sus hermanos alejandrinos, y rechazaban aquellos 7 libros, porque estaban escritos originalmente en griego y eran libros agregados posteriormente.


Era una realidad que, al tiempo del nacimiento del cristianismo, había dos grandes centros religiosos del judaísmo: el de Jerusalén (en Palestina), y el de Alejandría (en Egipto).
En ambos lugares tenían autorizados los libros del A.T: en Jerusalén 39 libros (en hebreo- arameo), en Alejandría 46 libros (en griego).


3. Los primeros cristianos y los libros sagrados del A.T.


El cristianismo nació como un movimiento religioso dentro del pueblo judío.
Jesús mismo era judío y no rechazaba los libros sagrados de su pueblo.
Además los primeros cristianos habían oído decir a Jesús que El no había venido a suprimir el A.T.
sino a completarlo (Mt. 5, 17).
Por eso los cristianos reconocieron también como libros inspirados los textos del A.T. que usaban los judíos.


Pero se vieron en dificultades.
¿Debían usar el canon breve de Palestina con 39 libros, o el canon largo de Alejandría con 46 libros?


De hecho, por causa de la persecución contra los cristianos, el cristianismo se extendió prioritariamente fuera de Palestina, por el mundo griego y romano.
Al menos en su redacción definitiva y cuando en los libros del N.T. se citaban textos del A.T.
(más de 300 veces), naturalmente se citaban en griego, según el Canon largo de Alejandría.


Era lo más lógico, por tanto, que los primeros cristianos tomaran este Canon griego de Alejandría, porque los mismos destinatarios a quienes debían llevar la palabra de Dios todos hablaban griego.
Por lo tanto, el cristianismo aceptó desde el comienzo la versión griega del A.T. con 46 libros.


4. La reacción de los judíos contra los cristianos


Los judíos consideraban a los cristianos como herejes del judaísmo.
No les gustó para nada que los cristianos usaran los libros sagrados del A.T.
Y para peor, los cristianos indicaban profecías del A.T.
para justificar su fe en Jesús de Nazaret.
Además los cristianos comenzaron a escribir nuevos libros sagrados: el Nuevo Testamento.


Todo esto fue motivo para que los judíos resolvieran cerrar definitivamente el Canon de sus libros sagrados.
Y en reacción contra los cristianos, que usaban el Canon largo de Alejandría con sus 46 libros del A.T., todos los judíos optaron por el Canon breve de Palestina con 39 libros.


Los 7 libros griegos del Canon de Alejandría fueron declarados como libros «apócrifos» y no inspirados.
Esta fue la decisión que tomaron los responsables del judaísmo en el año 90 después de Cristo y proclamaron oficialmente el Canon judío para sus libros sagrados.


Los cristianos, por su parte, y sin que la Iglesia resolviera nada oficialmente, siguieron con la costumbre de usar los 46 libros como libros inspirados del A.T.
De vez en cuando había algunas voces discordantes dentro de la Iglesia que querían imponer el Canon oficial de los judíos con sus 39 libros.
Pero varios concilios, dentro de la Iglesia, definieron que los 46 libros del A.T. son realmente libros inspirados y sagrados.


5. ¿Qué pasó con la Reforma?


En el año 1517 Martín Lutero se separó de la Iglesia Católica.
Y entre los muchos cambios que introdujo para formar su nueva iglesia, estuvo el de tomar el Canon breve de los judíos de Palestina, que tenía 39 libros para el A.T.
Algo muy extraño, porque iba en contra de una larga tradición de la Iglesia, que viene de los apóstoles.
Los cristianos, durante más de 1.500 años, contaban entre los libros sagrados los 46 libros del A.T.


Sin embargo, a Lutero le molestaban los 7 libros escritos en lengua griega y que no figuraban en los de lengua hebrea.


Ante esta situación los obispos de todo el mundo se reunieron en el famoso Concilio de Trento y fijaron definitivamente el Canon de las Escrituras en 46 libros para el A.T. y en 27 para el N.T.


Pero los protestantes y las muchas sectas nacidas de ellos, comenzaron a usar el Canon de los judíos palestinos que tenían sólo 39 libros del AT.


De ahí vienen las diferencias de libros entre las Biblias católicas y las Biblias evangélicas.


6. Los libros canónicos


Los 7 libros del A.T. escritos en griego han sido causa de muchas discusiones.
La Iglesia Católica dio a estos 7 libros el nombre de «libros deuterocanónicos».
La palabra griega «deutero» significa Segundo.
Así la Iglesia Católica declara que son libros de segunda aparición en el Canon o en la lista oficial de libros del A.T.
porque pasaron en un segundo momento a formar parte del Canon.


Los otros 39 libros del A.T., escritos en hebreo, son los llamados «libros protocanónicos».
La palabra «proto» significa «Primero», ya que desde el primer momento estos libros integraron el Canon del A.T.


7. Qumram


En el año 1947 los arqueólogos descubrieron en Qumram (Palestina) escritos muy antiguos y encontraron entre ellos los libros de Judit, Baruc, Eclesiástico y 1 de Macabeos escritos originalmente en hebreo, y el libro de Tobías en arameo.
Quiere decir que solamente los libros de Sabiduría y 2 de Macabeos fueron redac-tados en griego.
Así el argumento de no aceptar estos 7 libros por estar escritos en griego ya no es válido. Además la Iglesia Católica nunca aceptó este argumento.


8. Consideraciones finales


Después de todo, nos damos cuenta de que este problema acerca de los libros, es una cuestión histórico-teológica muy compleja, y con diversas interpretaciones y apreciaciones.
Con todo, es indudable que la Iglesia Católica, respecto a este punto, goza de una base histórica y doctrinal que, muy razonablemente, la presenta como la más segura.


Sin embargo, desde que Lutero tomó la decisión de no aceptar esta tradición de la Iglesia Católica, todas las iglesias protestantes rechazaron los libros Deuterocanónicos como libros inspirados y declararon estos 7 libros como libros «apócrifos».


En los últimos años hay, de parte de muchos protestantes, una actitud más moderada para con estos 7 libros e incluso se editan Biblias ecuménicas con los Libros Deuterocanónicos.


En efecto, han ido comprendiendo que ciertas doctrinas bíblicas, como la resurrección de los muertos, el tema de los ángeles, el concepto de retribución, la noción de purgatorio, empiezan a aparecer ya en estos 7 libros tardíos.


Por el hecho de haber suprimido estos libros se dan cuenta de que hay un salto muy grande hasta el N.T. (más o menos una época de 300 años sin libros inspirados).
Sin embargo estos 7 libros griegos revelan un eslabón precioso hacia el N.T.
Las enseñanzas de estos escritos muestran una mayor armonía en toda la Revelación Divina en la Biblia.


Por este motivo, se ven ya algunas Biblias protestantes que, al final, incluyen estos 7 libros, aunque con un valor secundario.


Quiera Dios que llegue pronto el día en que los protestantes den un paso más y los acepten definitivamente con la importancia propia de la Palabra de Dios, para volver a la unidad que un día perdimos.

domingo, 25 de setiembre de 2011

¿Confesarse con un hombre?


Queridos hermanos:


El otro día, hablando de la confesión alguien me dijo:
«¿Cómo se le ocurre que yo me voy a confesar con un pecador como yo?
Yo me confieso con Dios y punto.
Entro en mi habitación, oro con fervor y Dios me perdona».
Le contesté que el asunto no es tan simple.
Muchas veces acomodamos la religión a nuestra manera, y así pasa también con la confesión.
La confesión no es solamente «pecar, orar y listo». Hay que buscar a un sacerdote.
Hacer un gran acto de humildad.
Decirle sus pecados.
Y luego recibir una corrección fraterna y la absolución del sacerdote de la Iglesia.
Eso no lo han inventado los curas.
Hay claras indicaciones en la Biblia acerca de la confesión delante de un ministro de la Iglesia.


Queridos hermanos católicos, en esta carta quiero explicarles primero lo que nos enseña la Biblia acerca del perdón de los pecados, y luego voy a contestar algunas dudas acerca de la confesión que algunos hermanos de otra religión nos plantean.
Muchos católicos, sin mayor formación religiosa, fácilmente se dejan influenciar por estas inquietudes y sin darse cuenta se les van los grandes tesoros que Jesús confió a su Iglesia.
Con esta carta no quiero ofender a nadie, pero lo que me mueve a escribir estas líneas es el amor por la verdad. Ya que solamente «la verdad nos hará libres» (Jn. 8, 32).


¿Qué nos enseña la Biblia acerca del perdón de los pecados?


1. Jesús perdona los pecados.
En el Antiguo Testamento el perdón de los pe-cados era un derecho solamente de Dios.
Ningún profeta y ningún sacerdote del Antiguo Testamento pronunció absolución de pecados.
Sólo Dios perdonaba el pecado.


En el Nuevo Testamento, por primera vez, aparece alguien, al lado de Dios Padre, que perdona los pecados: Jesús. El Hijo de Dios dijo de sí mismo: «El Hijo del Hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra» (Mc. 2, 10).


Y en verdad Jesús ejerció su poder divino: «Cuando Jesús vio la fe de aquella gente, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados» (Mc. 2, 5).


Frente a una mujer pecadora Jesús dijo: «Sus pecados, sus numerosos peca-dos le quedan perdonados, por el mucho amor que mostró» (Lc. 7, 47).


Y en la cruz Jesús se dirigió a un criminal arrepentido: «En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso» (Lc. 23, 43).


2. Jesús comunicó el poder de perdonar pecados a sus apóstoles.
Jesús quiso que todos sus discípulos, tanto en su oración como en su vida y en sus obras, fueran signo e instrumento de perdón.
Y pidió a sus discípulos que siempre se perdonaran las ofensas unos a otros (Mt. 18, 15-17).


Sin embargo, Jesús confió el ejercicio del poder de absolución solamente a sus apóstoles.
Jesús quería que la reconciliación con Dios pasara por el camino de la reconciliación con la Iglesia.
Lo expresó particularmente en las palabras solemnes a Simón Pedro: «A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mat. 16, 19).
Esta misma autoridad de «atar» y «desatar» la recibieron después todos los apóstoles (Mt. 18, 18).
Las palabras «atar» y «desatar» significan: Aquel a quien excluyen ustedes de su comunión, será excluido de la comunión con Dios.
Aquel a quien ustedes reciben de nuevo en su comunión, será también acogido por Dios.
Es decir, la reconciliación con Dios pasa inseparable-mente por la reconciliación con la Iglesia.


El mismo día de la Resurrección, Jesucristo se apareció a los apóstoles, sopló sobre sus cabezas y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo.
A quienes perdonen los pe-cados, les quedarán perdonados y a quienes se los retengan, les quedarán retenidos» (Jn. 20, 22-23).


Y en la Iglesia primitiva ya existía el ministerio de la reconciliación como dice el apóstol Pablo: «Todo eso es la obra de Dios, que nos reconcilió con El en Cristo, y que a mí me encargó la obra de la reconciliación» (2 Cor. 5, 18).


3. Los apóstoles comunicaron el poder divino de perdonar pecados a sus sucesores.
Las palabras de Jesucristo sobre el perdón de los pecados no fueron sólo para los Doce apóstoles, sino para pasarlas a todos sus sucesores.
Los apóstoles las comunicaron con la imposición de manos. Escribe el apóstol Pablo a su amigo Timoteo: «Te recomiendo que avives el fuego de Dios que está en ti por la imposición de mis manos» (2 Tim. 1, 6).


Los apóstoles estaban conscientes de que Jesucristo tenía una clara intención de proveer el futuro de la Iglesia; estaban convencidos de que Jesús quería una institución que no podía desaparecer con la muerte de los apóstoles.
El Maestro les había dicho: «Sepan que Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt. 28, 20), y «las fuerzas del infierno no podrán vencer a la Iglesia» (Mt. 16, 18).
Así las promesas de Jesús a Pedro y a los apóstoles, no sólo valen para sus personas, sino también para sus legítimos sucesores.


Como conclusión podemos decir: Cristo confió a sus apóstoles el ministerio de la reconciliación (Jn. 20, 23; 2 Cor. 5, 18).
Los obispos, o sucesores de los apóstoles, y los presbíteros, colaboradores de los obispos, continúan ahora ejerciendo este ministerio.
Ellos tienen el poder de perdonar los pecados «en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo».


Dudas que plantean otras iglesias acerca de la confesión


1. ¿En qué se basan los católicos para decir que los sacerdotes pueden perdonar los pecados?
La Iglesia Católica lee con atención toda la Biblia y acepta la autoridad divina que Jesús dejó en manos de los Doce apóstoles y sus legítimos sucesores.
Esto ya está explicado.
El poder divino de perdonar pecados está claramente expresado en lo que hizo y dijo Jesús ante sus apóstoles: El Señor sopló sobre sus cabezas y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo.
A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; y a quienes se los retengan les quedan retenidos» (Jn. 20, 22-23).


Los apóstoles murieron y, como Cristo quería que ese don llegara a todas las personas de todos los tiempos, les dio ese poder de manera que fuera transmisible, es decir, que ellos pudieran transmitirlo a sus sucesores.
Y así los sucesores de los apóstoles, los obispos, lo delegaron a «presbíteros», o sea, a los sacerdotes.
Estos tienen hoy el poder que Jesús dio a sus apóstoles: «A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados» y nunca agradeceremos bastante este don de Dios que nos devuelve su gracia y su amistad


2. ¿Para qué decir los pecados a un sacerdote, si Jesús simplemente los perdonaba?
Es verdad que Jesús perdonaba los pecados sin escuchar una confesión.
Pero el Maestro divino leía claramente en los corazones de la gente, y sabía perfectamente quiénes estaban dispuestos a recibir el perdón y quiénes no.
Jesús no necesitaba esta confesión de los pecados.
Ahora bien, como el pecado toca a Dios, a la comunidad y a toda la Iglesia de Cristo, por eso Jesús quería que el camino de la reconciliación pasara por la Iglesia que está representada por sus obispos y sacerdotes.
Y como los obispos y sacerdotes no leen en los corazones de los pecadores, es lógico que el pecador tiene que manifestar los pecados.
No basta una oración a Dios en el silencio de nuestra intimidad.


Además el hombre está hecho de tal manera que siente la necesidad de decir sus pecados, de confesar sus culpas, aunque llegado el momento le cuesta.
El sacerdote debe tener suficiente conocimiento de la situación de culpabilidad y de arrepentimiento del pecador.
Luego el sacerdote, guiado por el espíritu de Jesús que siempre perdona, juzgará y pronunciará la absolución: «Yo te absuelvo de tus peca-dos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo».
La absolución es real-mente un juicio que se pronuncia sobre el pecador arrepentido.
Es mucho más que un sentirse liberado de sus pecados.
Es decir, a los ojos de Dios: no existen más esos pecados.
Está realmente justificado.
Y como consecuencia lógica, dada la delicadeza y la grandeza de este misterio del perdón, el sacerdote está obligado a guardar un secreto absoluto de los pecados de sus penitentes.


3. «Pero el sacerdote es pecador como nosotros», dirán algunos.
Y les respondo: También los Doce apóstoles eran pecadores y sin embargo Jesús les dio poder para perdonar pecados.
El sacerdote es humano y dice todos los días: «Yo pecador» y la Escritura dice: «Si alguien dice que no ha pecado, es un mentiroso» (1Jn. 1, 8).
Aquí la única razón que aclara todo es esta: Jesús lo quiso así y punto.
Jesús funda-mentó la Iglesia sobre Pedro sabiendo que Pedro era también pecador.
Y Jesús dio el poder de perdonar, de consagrar su Cuerpo y de anunciar su Palabra a hombres pecadores, precisamente para que más aparecieran su bondad y su misericordia hacia todos los hombres.
Con razón nosotros los sacerdotes reconocemos que llevamos este tesoro en vasos de barro y sentimos el deber de crecer día a día en santidad para ser menos indignos de este ministerio.


El sacerdote perdona los pecados por una sola razón: porque recibió de Jesucristo el poder de hacerlo.
Además, durante la confesión aprovecha para hacer una corrección fraterna y para alentar al penitente.
El confesor no es el dueño, sino el servidor del perdón de Dios.


Y otro punto importante es que el sacerdote concede el perdón «en la persona de Cristo»; y cuando dice «Yo te perdono...» no se refiere a la persona del sacerdote sino a la persona de Cristo que actúa en él.
Los que se escandalizan y dicen
¿cómo un sacerdote que es un hombre puede perdonar a otro hombre?
es que no entienden nada de esto.


4. ¿Qué otras diferencias hay entre católicos y protestantes acerca de la confesión?
El protestante comete pecados, ora a Dios, pide perdón, y dice que Dios lo perdona.
Pero
¿cómo sabe que, efectivamente, Dios le ha perdonado?
Muy difícilmente queda seguro de haber sido perdonado.


En cambio el católico, después de una confesión bien hecha, cuando el sacerdote levanta su mano consagrada y le dice: «Yo te absuelvo en el nombre del Padre...», queda con una gran seguridad de haber sido perdonado y con una paz en el alma que no encuentra por ningún otro camino.


Por eso decía un no-católico: «Yo envidio a los católicos.
Yo cuando peco, pido perdón a Dios, pero no estoy muy seguro de si he sido perdonado o no.
En cambio el católico queda tan seguro del perdón que esa paz no la he visto en ninguna otra religión».
En verdad, la confesión es el mejor remedio para obtener la paz del alma.


El católico sabe que no es simplemente: «Pecar y rezar, y listo». Pongamos un caso: Una mujer católica comete un aborto.
No puede llegar a su pieza, rezar y decir que todo está arreglado.
No.
Ella tiene que ir a un sacerdote y confesarle su pecado.
Y el sacerdote le hará ver lo grave de su pecado, un pecado que lleva a la excomunión de la Iglesia.
El sacerdote le aconsejará una penitencia fuerte.
Ella quizás hasta llorará en ese momento y antes del próximo aborto seguramente lo pensará tres veces...
¿Y ese señor que compra lo robado?
¿Y esa novia que no se hace respetar por el novio?
¿Y esa mujer que quita la fama con su lengua?
¿Y ese borracho?
... Confesando sus pecados, se encontrarán con alguien que les habla en nombre de Dios y les hace reflexionar y cambiar su vida.


Queridos hermanos, termino esta carta con una gran esperanza de que nosotros los católicos seamos capaces de descubrir de nuevo el gran tesoro de la confesión.


Cuántos miles de personas mejoraron su vida sólo con hacer una buena confesión.
Un gran psicólogo decía: «Yo no conozco ningún método tan bueno para mejorar una vida como la confesión de los católicos».
Espero que este «gran tesoro» que dejó Jesús en su Iglesia, sea también provechoso para el crecimiento de nuestra vida espiritual.


Décima a lo Divino por el Hijo Pródigo:


Padre de mi corazón


aquí estoy arrepentido,


a tus pies estoy rendido,


concédeme tu perdón.


Póngame la bendición


y olvide usted sus enojos


como pisando entre abrojos


hoy he llegado hasta aquí


a hacerle correr por mí


las lágrimas de sus ojos.

Jesús y los Sacerdotes



Queridos hermanos:


El otro día alguien me dijo que «los sacerdotes mataron a Jesús», y lo confirmó con un texto bíblico en la mano: Mt. 27, 1


Leyendo esta cita fuera de contexto me imagino que efectivamente habrá gente sencilla que piensa que realmente fueron los sacerdotes de
Iglesia Católica quienes mataron a Jesús.
¡Tal vez por eso algunos evangélicos miran tan mal a los sacerdotes porque están convencidos de que ellos mataron a Jesús!


Perdono a los que así piensan acerca de los ministros de la Iglesia Católica, pero no confío en su juicio en esta materia.


En esta carta quiero contestar a los que piensan así y aclararles lo que dice la Iglesia Católica de los sacerdotes.
Les hablaré con amor pero con un amor que busca la verdad, pues solamente «la verdad nos hará libres» (Jn. 8, 32).


1. El contexto bíblico


Debemos leer bien la Biblia y no quedar aferrados a un solo texto aislado. Con una sola cita bíblica fuera de contexto podemos condenar a medio mundo y al mismo tiempo faltar al mandamiento más importante de Dios: el amor.
¿Acaso no dijo el apóstol que la letra mata y el espíritu vivifica? (2 Cor. 3, 6).


2. ¿Quiénes mataron a Cristo?


Debemos tener una gran confianza en la Iglesia de Cristo y en sus ministros, guiados por el Espíritu Santo.
Jesús dijo a sus discípulos en la noche antes de morir: El Espíritu Santo, que el Padre va a enviar en mi nombre para que les ayude y consuele, les enseñará todo, y les recordará todo lo que Yo les dije (Jn. 14, 26 y Jn. 16, 13).


¿Qué decir de los que piensan que son los sacerdotes los que mataron a Jesús?
Dice Mateo: «Cuando amaneció todos los jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos se pusieron de acuerdo en un plan para matar a Jesús.»


En el contexto bíblico nos damos cuenta de que el Evangelista Mateo se refiere aquí a «los sacerdotes judíos» de aquel tiempo, es decir, a los sacerdotes de la Antigua Alianza.


Es una monstruosidad decir ahora que fueron los sacerdotes de la Iglesia Católica los que mataron a Jesús.
Esta manera de leer la Biblia es una manipulación descarada de un texto bíblico y no reviste ninguna seriedad.
Es simplemente una ignorancia atrevida y una forma muy sutil pero muy poco cristiana de sembrar dudas y meter miedo en el corazón de la gente sencilla.


Creo que bastan estas pocas palabras para contestar a los que piensan así. Aunque si bien lo meditamos, todos hemos puesto la mano en la crucifixión de Cristo ya que murió por nuestros pecados.


3. ¿Quería sacerdotes Jesús?


Otros se ríen de los sacerdotes de la Iglesia Católica y dicen que «Jesús no quería sacerdotes».


Los católicos creemos:
1) Que Jesucristo es el único y verdadero Sumo Sacerdote.
2) Que todo el pueblo cristiano, por voluntad de Dios, es un pueblo sacerdotal y
3) Que dentro de este pueblo sacerdotal algunos son llamados a participar del sacerdocio llamado ministerial o pastoral.


Yo no invento esto.
Es la comunidad de los creyentes, guiada por el Espíritu Santo y meditando largamente la Palabra de Dios, la que ha llegado a esta verdad acerca de Cristo, su Iglesia y sus ministros.


Guiados por este mismo Espíritu, leamos la Biblia:


Los sacerdotes judíos de la Antigua Alianza


Leyendo bien las Sagradas Escrituras, nos damos cuenta de que Jesús nunca se identificó con los sacerdotes de la Antigua Alianza.
En su tiempo había muchos sacerdotes judíos del rito antiguo.
Todos ellos eran miembros de la tribu de Leví y estaban encargados de los sacrificios de animales en el templo.
Estos sacrificios eran ofrecidos para la purificación de los pecados del pueblo judío (Mc. 1, 44; Lc. 1, 5-9).
Hasta José y María, cumpliendo con este rito de purificación, ofrecieron una vez un par de palomas (Lc. 2, 24).


Pero este sacerdocio judío era incapaz de lograr la santificación definitiva del pueblo (Hebr. 5, 3; 7, 27; 10, 1-4).
Era un sacerdocio imperfecto y siempre sellado con el pecado.
Jesús, el Hijo de Dios, el hombre perfecto, nunca se atribuyó para sí este título de sacerdote judío.


¿Participamos del sacerdocio de Cristo?


¿Es verdad que la Iglesia primitiva proclamó después a Jesucristo como el único y verdadero Sumo Sacerdote? ¿Participamos nosotros del sacerdocio de Cristo?


Así es efectivamente.
Aunque durante su vida Jesús nunca usó el título de sacerdote, la Iglesia primitiva proclamó que «Jesús es el Hijo de Dios y es nuestro gran Sumo Sacerdote» (Hebr. 4, 14).


Escribe el sagrado escritor de la carta a los Hebreos, como cuarenta años después de la muerte y Resurrección de Jesucristo: «Jesús se ofreció a lo largo de su vida al Padre y a los hombres, con una fidelidad hasta la muerte en la cruz, dio su vida como el gran sacrificio de una vez por todas, y su sacrificio ha sido absoluto.
El verdadero sacerdote para toda la humanidad es Jesús el Hijo de Dios y ahora no hay más sacrificio que el suyo, que empieza en la cruz y termina en la gloria del cielo.
Jesús es el único Sumo Sacerdote, el único Mediador delante del Padre y así El terminó definitivamente con el antiguo sacerdocio.


«Cristo ha entrado en el Lugar Santísimo, no ya para ofrecer la sangre de cabritos y becerros, sino su propia sangre; y así ha entrado una sola vez para siempre y nos ha conseguido la salvación eterna» (Hebr. 9, 12).


Lea también: Hebr. 7, 22-28; 9, 11-12; 10, 12-14


¿Somos un pueblo sacerdotal?


¿Es verdad que el apóstol Pedro dice que nosotros los creyentes somos un pueblo sacerdotal?
Sí, Dios, en su gran amor hacia los hombres, quiso que todos los creyentes-bautizados participaran como miembros del Cuerpo de Cristo, del único sacerdocio de Cristo: «Ustedes también, como piedras que tienen vida, dejen que Dios los use en la construcción de un templo espiritual, y en la formación de una comunidad sacerdotal santa, para ofrecer sacrificios espirituales, gratos a Dios por mediación de Cristo» (1 Pedr. 2, 5) «Ustedes son una raza escogida, una nación santa, un pueblo que pertenece a Dios» (1 Pedr. 2, 9).


Así, hermanos, por la fe y por el bautismo Dios nos integra en un pueblo sacerdotal.
Y como pueblo de sacerdotes, tenemos la vocación de ofrecer nuestras personas, nuestras vidas «como hostia viva» (Rom. 12, 1).
En todo lo que hacemos con amor, en nuestra familia, en nuestro pueblo, en nuestros trabajos, siempre ejercemos este sacerdocio.


4. ¿Quería Jesús tener ministros para su pueblo?


Así es.
No es la Iglesia la que inventó el ministerio apostólico sino el mismo Jesús.
El llamó a los Doce apóstoles (Mc. 3, 13-15) y les encargó ser sus representantes autorizados: «Quien los recibe a ustedes, a mí me recibe.» (Lc. 10, 16).


La misión de los apóstoles fue encomendada con estas palabras: «Les aseguro: todo lo que aten en la tierra, será atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra, será desatado en el cielo» (Mt. 18, 18).
Este «atar» y «desatar» significa claramente la autoridad de gobernar una comunidad y aclarar problemas en el Pueblo de Dios.
En la última Cena, Jesús dio a sus apóstoles este mandato: «Haced esto en memoria mía» (Lc. 22, 19). Es eso lo que celebra la Iglesia en la Eucaristía.


Y en una de sus apariciones, Jesús sopló sobre sus discípulos y dijo: «A quienes les perdonen los pecados, les quedarán perdonados» (Jn. 20, 23).


Dirigir, enseñar y administrar los signos del Señor, he aquí el origen del ministerio apostólico.
Poco a poco la comunidad cristiana va aplicando y evolucionando en este servicio apostólico según la situación de cada comunidad.


5. ¿Qué representan los obispos y presbíteros en una comunidad?


En las cartas apostólicas del N. T., los ministros de la comunidad cristiana reciben el título de «obispos y presbíteros» (Hech. 11, 30; Tit. 1, 5 etc.).


La palabra obispo viene del griego y en castellano significa «el encargado de la Iglesia»; la palabra presbítero significa en castellano «el anciano». Los obispos y los presbíteros son así los encargados de la comunidad de los creyentes.
Ellos tienen la función de servir en el nombre de Cristo al Pueblo de Dios.
Estos nombres de «obispo y presbítero» van a evolucionar hacia la función del sacerdocio ministerial.
Aunque los apóstoles todavía no hablaron de sacerdocio ministerial, ya estaba esta idea en germen en la Iglesia Primitiva.
Es el Espíritu Santo el que hizo ver, poco a poco, que los obispos y presbíteros representaban al Señor, al Unico Sumo sacerdote, por el ministerio que ejercían.
«No nos proclamamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús, Señor y a nosotros como servidores suyos, por amor a Jesús» (2 Cor. 4, 5-7).


El apóstol Pablo en su carta a los filipenses ya usa ciertos términos para expresar su sacerdocio apostólico: «Y aunque deba dar mi sangre y sacrificarme para celebrar mejor la fe de ustedes, me siento feliz y con todos ustedes me alegro» (Fil. 2, 17: «Bien sabe Dios a quién doy culto con toda mi alma proclamando la buena noticia de su Hijo» (Rom. 1, 9).


En estos textos hay indicaciones que la liturgia de la Palabra y la entrega de la vida del apóstol ya es una función sacerdotal: «En todo, los ministros del pueblo deben ser no como los grandes y los reyes, sino servidores como Jesús: como el que sirve» (Lc. 22, 27).


6. ¿Cómo se transmite este sacerdocio?


Este ministerio apostólico se transmite con la imposición de manos. Escribe el apóstol Pablo a su amigo Timoteo: «Te recomiendo que avives el fuego de Dios que está en ti por imposición de mis manos» (2 Tim. 1, 6; 1 Tim. 4, 14).


Este gesto de imposición transmite un poder divino para una misión especial.


El apóstol Pablo recibió la imposición de manos de parte de los apóstoles (Hch. 13, 3).
Pablo a su vez impuso las manos a Timoteo (2 Tim. 1, 6; 1 Tim. 4, 14) y Timoteo repitió este gesto sobre los que escogió para el ministerio (1 Tim 5, 22).


Así, la Iglesia Católica, desde los apóstoles hasta ahora, sigue sin interrupción imponiendo las manos y comunicando de uno a otro los dones del ministerio sacerdotal.


Esta sucesión apostólica tan sólo se ha perpetuado en la Iglesia Católica durante 20 siglos hasta llegar a los ministros actuales.
Ninguna otra iglesia puede decir esto, solamente la Iglesia Católica.


De esta la forma los pastores de la Iglesia participan del único sacerdocio de Cristo.


7. Conclusión


Queridos hermanos y amigos:


Tal vez es un poco difícil todo lo que les he hablado.
Pero debemos en la oración pedir que el Espíritu Santo nos ilumine.
Además debemos tener un gran amor hacia la Iglesia y sus ministros, que Jesús nos ha dejado.
Para terminar quiero resumir las ideas más importantes de esta carta:


1) Jesús quería tener ministros (servidores) para su pueblo sacerdotal.


2) Los apóstoles transmitieron este ministerio apostólico siempre con la imposición de manos.


3) Aunque los sagrados escritores nunca usaron el nombre de «sacerdotes» para indicar a los ministros, ya está en germen en el N. T.
hablar de un sacerdocio apostólico como un servicio al pueblo sacerdotal.


En este sentido es que la Iglesia Católica, ya desde el año cien hasta ahora, llama a los ministros de la comunidad (presbíteros y obispos) como sus pastores y sacerdotes.


Por supuesto que este sacerdocio pastoral participa del único sacerdocio de Cristo y no tiene nada que ver con los sacerdotes del Antiguo Testamento.
Nosotros, los sacerdotes de la nueva alianza, por una especial vocación divina somos los ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios (1 Cor. 4, 1).